martes, 12 de marzo de 2013

Cada vez más tú, cada vez más yo, y sin rastro de nosotros.

- ¿Qué haces aquí?
- He venido a decirte que...
- Me voy.
- Espera, no te vayas, sé que te hice daño pero intenta entenderme...
- ¿Entender? ¿Entender que? ¿Quieres que hablemos? Pues bién, hablemos. Hablemos de las largas noches que he esperado a que volvieras arrepentido, o de lo patética que me sentía cada vez que marcaba tu número de teléfono aunque solo fuera por escuchar tu voz. Hablemos de como me traicionaron mis lágrimas en cualquier lugar o en cualquier momento porque mis cabeza no dejaba de atormentarme con un nosotros que ya no existía. Hablemos de ti, de tu indiferencia, de tu olvido.
- Yo no te he olvidado. Por eso estoy aquí.
- ¿Aquí? ¿Y que pretendes?
-  Quiero pedirte perdón... Sé que ha pasado demasiado tiempo pero he venido con la esperanza de que pudiéramos arreglar lo nuestro...
- Lo siento, pero ya no hay nada que arreglar... Se rompió. Lo destruiste.
- Pero... Yo te quiero...
- Lo sé, siempre lo supe, pero podrías haberme querido mejor... Ahora ya es demasiado tarde para pedir perdón. Demasiado tarde.
 
Ha pasado un mes, y cada palabra de aquella conversación me acecha a cada instante. Porque sigo recordandonos. Me rendí, no quise seguir luchando por nosotros. Y desde entonces he intentado convencerme de que abandonarlo fué la mejor decisión. Aunque resulte doloroso. Porque.. Si uno no dejase nunca nada ni a nadie, no tendría espacio para lo nuevo -y yo sin duda necesitaba algo diferente, necesitaba crecer y evolucionar sin él-.
Y ahora me doy cuenta de que evolucionar constituye una infidelidad... A los demás, al pasado, a las antiguas opiniones de uno mismo... Tal vez cada día debería contener al menos una infidelidad esencial o una traición necesaria. Se trataría de un acto optimista, esperanzador, que garantizaría la fe en el futuro... Una afirmación de que las cosas pueden ser no solo diferentes, sino mejores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario